Comentario
El viaje a la corte se convirtió en algo deseado por los pintores de la periferia, no sólo para conseguir encargos importantes sino también para completar y ampliar su formación, sustituyendo así el viaje a Italia, tan frecuente en la centuria anterior, que las circunstancias sociales y económicas del país y de los propios pintores hacían muy difícil en el XVII. Además, parece que los artistas tampoco mostraron excesivo interés en él, quizás porque su vinculación a los ambientes eclesiásticos, más preocupados pictóricamente por el contenido que por la forma, restó inquietud estética a su actividad. No obstante, lucharon a lo largo del siglo por elevar su categoría social de artesanos a artistas, rechazando la consideración mecánica que la sociedad de la época otorgaba a su trabajo. Pero su formación en un régimen patriarcal de taller, que no había cambiado desde el siglo XV, y su sometimiento a las normas corporativas del gremio y a las exigencias del clero, que supervisaba su obra y determinaba los programas iconográficos, les restó libertad y posibilidades para abandonar la calificación de artesanos y demostrar que su labor era una actividad mental.Los intentos de crear una Academia llevados a cabo en los primeros años del siglo por los pintores madrileños, y el logro en Sevilla de un empeño semejante en 1660, respondían a estas intenciones, pero salvo raras excepciones como los pintores tratadistas Pacheco y Carducho y el caso único de Velázquez, muy pocos alcanzaron su propósito, en un país donde a los artistas se les pagaba con dinero, nunca con honores ni reconocimientos a sus méritos creativos.Desde el punto de vista estilístico, el desarrollo y la evolución de la pintura barroca española coincide en líneas generales con los reinados de los tres últimos Austrias. Durante el mandato de Felipe III (1598-1621) se gestó el nacimiento y la formación de la escuela, que cristalizó y definió su personalidad bajo su sucesor Felipe IV (1621-1665), etapa en la que tuvieron un papel extraordinariamente significativo los grandes maestros del centro del siglo: Ribera, Zurbarán, Velázquez y Alonso Cano. Y, finalmente, en las últimas décadas de la centuria regidas por Carlos II (1665-1700), se alcanzó la plenitud barroca, incorporando el lenguaje europeo a las particulares cualidades hispanas.Estas cualidades determinaron una diversa aceptación de las tres corrientes pictóricas del Barroco -naturalismo, clasicismo y barroco decorativo-. El naturalismo fue el que alcanzó mayor auge y difusión, al coincidir plenamente con la tradicional sensibilidad estética española, inclinada a lo real, y con las intenciones de la clientela religiosa. Por el contrario el carácter reflexivo del clasicismo y el recargamiento aparatoso del decorativismo encontraron escasas posibilidades para desarrollarse, a causa del desinterés intelectual de los comitentes y la austeridad propiciada por la severa corte de los Austrias y por la rigidez contrarreformista. Sólo en la personalidad extraordinaria de Velázquez y en ciertos aspectos de la obra de Alonso Cano se puede hallar un alejamiento del realismo concreto que imperó en la pintura española, sobre todo en la primera mitad del siglo, ya que posteriormente la influencia flamenca por un lado, y por otro el espíritu triunfalista de la Iglesia y el deseo de la monarquía de ocultar el derrumbamiento del Imperio impulsaron un estilo más dinámico, colorista y opulento, que alcanzó su mejor expresión en las últimas décadas de la centuria, etapa en la que se atemperó aunque sin desaparecer el interés por el natural.Los principales focos de actividad pictórica fueron Madrid, sede de la corte y núcleo aglutinador de presencias e influencias artísticas y Sevilla, debido a la pervivencia del auge cultural del siglo anterior y también, aunque mermada, de su pujanza económica. Toledo y Valencia, que tan importante papel habían desempeñado en la etapa renacentista, iniciaron la centuria con una aportación relevante, pero fueron decayendo paulatinamente a partir de la tercera década del siglo, la primera absorbida por la proximidad de la corte, y la segunda alejada de la capacidad creadora por el hundimiento de su economía. En el resto de la geografía española la producción pictórica fue irrelevante o dependió en gran medida de los centros hegemónicos, es decir, de Madrid y de Sevilla. No obstante, y a pesar de este reparto geográfico, la escuela española del XVII fue bastante unitaria, no existiendo grandes diferencias estilísticas entre los distintos focos de actividad a partir de la consolidación del lenguaje barroco, que se expresó a lo largo del siglo partiendo de impulsos, circunstancias y planteamientos comunes.